jueves, 11 de marzo de 2010

LA DAGA Y EL DIA MUERTO

Por Ecthellion

Acto Primero

Despierto un “día” y miro un hilo de luz filtrándose por la cortina que juguetea con el viento mañanero; olvidé cerrar la ventana la noche anterior. Siento una terrible ira contra la vida y me levanto una vez más. Un día más, tan común, tan estéril, tan insípido; para hacerle frente a lo que tanto me asquea. Camino al baño y me doy cuenta que cada vez; cada día que pasa, el espejo se entristece al mostrar mi reflejo cada vez más cansado y extraño; cada que me miro en él tengo una expresión nueva, no atino a explicar porqué pero no le doy demasiada importancia.

Mientras me preparo un café imagino lo que sería del mundo si yo no estuviera aquí y no deduzco nada pues cómo podría imaginar algo donde no existo, teniendo en cuenta que, para imaginar algo tienes que interactuar con la realidad o haber participado en el medioambiente con anterioridad. Luego del extraño razonamiento caigo en cuenta que aún es de noche o algo así, pues la luz no entraba por las ventanas y que el rayo de luz de mi cuarto sería del alumbrado de la calle o de la casa de algún vecino.

Miro por la ventana y para mi asombro es que inexplicablemente había una extraña oscuridad; como si la mañana hubiera muerto. ¡¡¿¿La mañana muerta??!! No dieron crédito mis ojos al ver tan único y asombroso evento. Confieso que fue mi anhelo desde hace ya muchos años que un día no hubiera amanecer que ya no saliera el sol una mañana (me imaginaba una noche infinita sin estrellas, que el reloj seguiría su curso pero siendo de noche a las supuestas doce del día), sin embargo, no era así. No es de noche ni es de día, tampoco alba u ocaso, simplemente la mañana había muerto.

Inmediatamente experimenté una gran ansiedad y mi primer pensamiento fue el de salir a la calle; ver qué reacción había tenido la gente a tal acontecimiento, ver el caos de mi deseo hecho realidad; esta fantasía que tenía hasta en mis sueños. Imaginaba que las personas estarían asustadas, que toda la gente estaría en la entrada de sus casas mirando al cielo, asustada, rezando o simplemente asombrada a un nivel en el que las expresiones de sus rostros fuesen indescifrables.

Ya lo había soñado muchas veces, desafortunadamente para mí, despertaba en el momento en el que intentaba salir para mirar al cielo. Lo inquietante es que despertaba envuelto en una desesperación insoportable. Por un instante pensé que este también era un sueño y me quedé parado sin hacer nada, esperando despertar pero luego de unos segundos mi mente regresó de su pesimista resignación. Esta vez si era real, así que no podía darme el lujo de perderme el sueño hecho realidad, y el regocijo que sentí cuando miré de nuevo por la ventana me provocó una descarga de adrenalina casi insoportable.

Qué interesante era ver que la luz no era precisamente luz y que el sol seguía brillando en un blanco opaco como si los rayos quisieran abrirse paso a través de la oscuridad sin lograrlo y sin que los rayos cayeran sobre la tierra pues no encontré por ningún ángulo mi sombra o la sombra de otra cosa cualquiera que sea. De hecho al bajar la vista me encuentro en un páramo desolado. Como si el planeta fuese una esfera fría de metal; no hay gente, no hay edificios, no hay montañas, no hay nada. Solo la soledad y el desasosiego que te da ver la curvatura misma del planeta.

Sin razón alguna mi mente comenzó a abrir un campo sin sentidos ni tiempo; sentí que mi ser caía inexorable en una infinita levedad, mi vista se nubló, no pude mantener los ojos abiertos y en un instante me abandonaron las fuerzas; como si alguien o algo, me hubiese arrancado el alma de un jalón. Toda una vida pasó por mi cuerpo en un momento; un sufrimiento eterno en una inhalación y la más grande desesperanza en la exhalación. Es entonces cuando despierto del letargo.



Acto Segundo


No siento nada, no pienso, no puedo coordinar mis extremidades y mis ojos no se abren y un hilo de conciencia me mantiene a la expectativa. Y pasó una eternidad en un instante, por fin logro abrir mis ojos y descubro que me hallo tirado boca arriba en un lugar que no reconozco y mirando al techo murmuré con una voz débil y cortada: “¿En dónde estoy?”

Una enorme y helada gota filtrada del techo húmedo cayó sobre mi rostro. La sensación era totalmente desquiciante y traté de incorporarme lo más rápido que me permitió mi atrofiado cerebro. Al hacerlo, alcanzo a distinguir un cuarto; una especie de calabozo hecho de piedra. No son paredes de ladrillo con loza de concreto, es una sola pieza de piedra con seis lados como un hueco en una gran roca, un hueco en el que me encontraba yo. Silencio, el silencio es aterrorizante. Escucho mi respiración como si fuera un huracán. La ausencia de sonidos provoca que pueda escuchar los latidos de mi corazón. El sonido del correr de la sangre es...

En una de las paredes había una joya de forma ojival incrustada en la roca que irradiaba una pobre luz rojiza lo suficiente para mostrarme las otras cuatro paredes y un piso cubierto con miles de huesos humanos y cráneos.

A lo largo de la habitación, sobre los cientos de huesos, se pueden distinguir claramente seis esqueletos aún completos, uno de ellos esta agazapado en la esquina del cuarto aferrado a un enorme libro como si se aferrara a la vida. Otro esqueleto esta colgado de la pared con enormes grilletes de acero. Extrañamente tiene las mismas ropas que traigo yo puestas a excepción que estas definitivamente son muy viejas y con la amenaza de deshacerse al tacto. Un esqueleto está tendido en el centro del calabozo con una daga de plata enterrada en el abdomen; parece ser una victima de suicidio e indudablemente su ropa, al igual que la de las otras osamentas, es idéntica a la mía.

Hay otro esqueleto en posición fetal y otro que por la perspectiva que muestra, murió mientras arañaba la pared con desesperación; tal vez, intentaba levantarse del suelo. Uno más se hallaba de lado con las manos cerca del pecho, como si en sus últimos momentos de vida esa persona tratara de dormir cubriéndose del frío.

Continué analizando cada detalle del lugar y con mi limitada vista traté de encontrar la puerta pero no lo logré. Solo cuatro paredes que parecían burlarse de mí al igual que los seis esqueletos. Fue entonces cuando dentro de toda mi confusión y desesperación resultado de no encontrar una salida o una explicación me dirigí hacia una esquina del calabozo y arranque el libro de esos huesos que en algún tiempo fueron brazos y lo abrí. El libro era muy pesado, como si estuviera cargado con algo más que papel y tinta: una inmensa pena.


Acto Tercero

Las páginas parecían estar escritas con sangre, eran frágiles, aparentemente causa de su antigüedad; y al pasar las páginas, éstas crujían de un modo amenazante obligándome a tener cuidado. Poco después, encontré en una mano del esqueleto lo que parecía ser el instrumento utilizado para escribir en el libro. Era una costilla astillada en diagonal por los dos lados y hueca por dentro. La tomé mientras localizaba la primera página. El libro comenzaba así:

“No sé que hago aquí, tampoco sé como he llegado pero tengo la rara sensación de que he pasado toda mi vida aquí adentro. He encontrado en el centro del cuarto este libro con mil páginas en blanco, también he encontrado una hermosa pero extraña daga de plata y me pregunto cuál es su propósito. Este lugar no tiene salida, no hay una puerta ni una ventana ni siquiera un orificio o rendija donde entre un poco de luz, solamente el pequeño resplandor del cristal en la pared. Me he cansado de gritar, golpear y pedir ayuda, al parecer, nadie me escucha, no hay nada afuera y las paredes parecen como si tuvieran varios metros de grosor. De verdad no sé dónde estoy.”

Mi mente dio un vuelco y por primera vez sentí el desahucio al leer esas líneas. Sin querer entender, y mucho menos aceptar lo que me había revelado esa página continué leyendo:

“Honestamente no se qué día es hoy ni qué año, y tengo miedo de pensar en la verdad: no hay salida. No sé cuánto tiempo duermo o cuánto más estoy despierto, no hay comida aunque mi cuerpo no parece requerir alimento alguno, solamente el agua de una gotera que cae del techo es lo que puedo beber para mitigar una sed extraña.”

Luego de varias páginas escritas en la más terrible desesperación pude descifrar manchas de sangre que parecían, o mejor dicho, intentaban ser letras:

“Si hay salida... ahora sé para qué es la daga.”

La escritura de las últimas páginas que había leído eran resultado de locura destructiva; incoherentes, deformes, como las de un moribundo. Un ser humano vuelto un despojo, con el alma exterminada por el claustro. Mi respiración se agitó y mis latidos eran explosiones sin control que resonaban en mi cerebro. Di vuelta a la página.

Acto Cuarto

Misteriosamente, en la siguiente página la escritura parecía como la de la primera, legible, con fuerza y la tinta sangre de un rojo fuerte y saludable. Era como un segundo capitulo; una continuación, aunque la caligrafía era idéntica a la anterior y... a la mía. Esto último era realmente inquietante. Y decía así:

“Habiendo leído lo anterior, todo parece indicar que es mi turno de continuar el libro. Me costó trabajo darme cuenta de lo que debo utilizar como tinta para escribir estas líneas. Yo tampoco sé qué hago aquí.”

“Cada una de estas líneas tiene un momento de vida. Poco a poco mis fuerzas me abandonan; cada vez que escribo en este libro dejo en el papel esta sangre, sangre que ya me hace falta. Sin embargo tengo que hacerlo, tengo que continuar porque sé que alguien leerá lo que estoy escribiendo, así como yo he leído el primer testimonio que me ha dado algo de entendimiento mas no la paz. La paz, me la entregará la daga cuando ya no pueda escribir.”

Los siguientes tres “capítulos” eran tristeza, odio y desesperanza. Trataban de explicar su existencia en este lugar sin llegar a una conclusión coherente: un castigo, el limbo, el purgatorio, el infierno, una pesadilla, el estar dentro de la propia mente, etcétera. Pobres raciocinios que sin duda no eran nada aproximados. Pero con el mismo final: la daga otorgando el alivio.

Entonces hice una pausa para tomar la daga incrustada en uno de los esqueletos. Plata pura, hoja y empuñadura de una sola pieza muy adornada, un filo perfecto. A lo largo de la navaja tenía una inscripción que decía “la paz esté contigo”, la misma frase en cada lado de la hoja. De pronto vacilé: ¿qué clase de persona osaría escribir algo así en una cuchilla? e intenté reírme pero me quedé contemplando la asombrosa belleza de la daga, sin duda era una obra maestra en ornamenta, su decoración era exquisita.
En la base de la hoja se distinguían dos figuras humanas; un hombre y una mujer desnudos intentando alcanzarse mutuamente pero separados de muerte por cada uno de los filosos lados.

Esforzando un poco más la vista logré enfocar sus pequeños rostros y sus expresiones. El hombre tenía un semblante de angustia por no poder alcanzar a la mujer; sus dos brazos estaban extendidos, todos sus músculos se veían tensos, y apoyaba una rodilla en el suelo. La mujer por el contrario solo tenía un brazo extendido con discreción, su rostro de indiferencia indicaba que no le importaba en lo absoluto tomar la mano del hombre. Un rasgo curioso es que en toda su espalda tenía tatuada una luna y un sol, ambos con grietas, dentro de un círculo de grecas. El mango tenía una terminación redonda y con mucho relieve, que al observarlo detenidamente emulaba la mitad de una esfera brillante con mi reflejo grabado; mi rostro estaba grabado en el pomo del mango. Fue algo inconcebible para mi mente.

Definitivamente dudé que un ser humano tuviese la capacidad de crear algo así. Perfecto. Al empuñar la daga mis dedos ajustaban perfectamente a cada uno de los relieves del mango; como si hubiese sido hecha solamente para que mi mano la sostuviera. Y por un momento tuve la impresión de que era mía y un instante después, me di cuenta que la estaba apuntando hacia mi pecho. La daga tenía vida propia a través de mi mano. El miedo me hizo arrojar el puñal a una esquina y antes de perder el control tomé de nuevo el libro. El sexto testimonio decía:

“He tenido una epifanía luego de un sopor que me invadió al terminar de leer las casi mil páginas. Esto es una certeza, es la revelación que se me ha hecho en el más profundo nivel del subconsciente. Es el trato que hice con Lo Que No Tiene Forma, darle al mundo la transparente y más pura oscuridad jamás vista o imaginada. Tal vez la ‘oscuridad’ del principio de ‘todo’. Matando al día y por lo tanto negando la noche, así, alterando el Orden Universal, que ha muerto por mí. Ahora yo no puedo morir, he sido atormentado por el no-tiempo, que equivale a mil eternidades, intentando terminarlas posando el filo de la hermosa daga sobre mi carne.”

“Este lugar es la absoluta nada. Un lugar donde ni la muerte, ni ninguna clase de dios o demonio puede alcanzarme. Aquí no existe afuera no hay sentido del espacio tras las paredes. Es intemporal y la vida se consume en un respiro. Esto es lo que he ocasionado con el deseo antinatural. Y yo que trataba de imaginar qué sería del mundo sin mi; todo el mundo se fue y ahora sé qué es de mí sin el mundo.”

“Siempre he sido yo, todas estas veces, todos los esqueletos son yo mismo, yo a través de las eras. Mi vida varias veces, seis tormentos; seis versiones de mí mismo.”

No hay un solo pensamiento para lo que acababa de enterarme. Luego de leer todo el libro, me di cuenta que ya no había lugar para mí; para que yo escribiera, sin embargo lo que más llamó mi atención era que le faltaba una página al libro; la última. La última pista para mí estaba en ella. Entonces, cuando seguía recorriendo ese horrible y brutal lugar logré ver que entre los brazos y piernas del esqueleto en posición fetal había un papel que parecía indicar la página final del libro.

Acto Final

Llegó un momento en el que el miedo de leer lo último que me pudiera provocar un pensamiento invadió mi ser. Era la página de mi salvación, mi condena o mi muerte. Aunque para entonces me sintiera más muerto que vivo, la esperanza de entender todo me seguía manteniendo con un hilo de vida.

“Y heme aquí de nuevo con vida, el tormento de cada ‘día’ al renacer de un efímero sueño. Mis eternas existencias se han centrado en ver el día muerto y lo he conseguido. Mas no he podido comprender lo que veía o siquiera describirlo y decido que es tiempo de volver a dormir y no sé cuándo despertaré de nuevo. Por eso maldigo cada nuevo ‘día’; cada que vuelvo a abrir los ojos; cada vez que ese maldito rayo de luz entra por mi ventana. Lo único que se es que yo al dormir la mañana morirá, y yo viviré de nuevo… Todo. Otra maldita vez.”

“Ya no tienes más que hacer, es tu turno de existir sin ser pues tu alma dejará tu cuerpo y perdurarás sin vida alguna, serás todo y nada al mismo tiempo; esta vez la daga no te servirá. No hay descanso, no hay perdón, no hay final. Solo el principio.”

¿Sólo el principio? ¿Otra vez?

Con el último aliento que tuve logré reunir fuerzas suficientes para recoger la daga y en vez de pasarla sobre mi cuello la clavé en el centro de la piedra ojival en la pared al tiempo en que mi alma me abandonaba. La tenue luz marrón se extingue. Ahora todo es una oscuridad incomprensible, una oscuridad de tal magnitud que la puedo sentir rodeando mi cuerpo y entrando por mis poros. Estoy parado al centro, inmóvil por un no-tiempo. Dejo de sentir mi carne y la sangre deja de correr. Mi ser forma parte de la oscuridad; se expande por el no-espacio. Soy todo, y soy la nada. Soy EL ORDEN y así, hasta que escucho mi propia voz diciendo:

“Hágase La Luz”